Era una tendencia ya presente, pero, entre las muchas otras cosas que la pandemia ha cambiado, está cómo nos hemos acostumbrado aún más a vernos a nosotros mismos a través de los filtros de aplicaciones como Instagram, Snapchat o Tik Tok. Con el auge imparable de la comunicación a distancia y de las redes sociales nos pasamos el día viendo nuestros rostros y los de los demás alterados por filtros de todo tipo, orejas de perro u ojos de personaje de dibujos animados. Aunque en general se trate de un divertimento y una forma original de comunicarse, también tiene su lado negativo: esta realidad contribuye a alterar nuestra percepción sobre nosotros mismos y, en algunos casos, provocando que queramos cambiar nuestro aspecto para parecernos a nuestro “yo digital”.
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Los filtros de Snapchat o Tik Tok han cambiado nuestra percepción de nosotros mismos
Así es, esta exposición constante a versiones alteradas o “mejoradas” de nosotros mismos están provocando un cambio en nuestra percepción de la belleza que tiene efectos negativos sobre la autoestima. El contraste entre la imagen física y la digital, así como entre el éxito social real y el virtual, nos están conduciendo a desarrollar una visión peyorativa de nuestro verdadero yo. Una alteración de la identidad propia, la autopercepción y la autoestima que está llevando a que cada vez más personas quieran ser o parecerse a la imagen artificial que se muestra en este tipo de aplicaciones.
La obsesión de los selfies: la dismorfia Snapchat
Este fenómeno fue bautizado como ‘dismorfia Snapchat’ por la doctora Neelham Vashi, del equipo del Boston Medical Center, en un artículo publicado en 2017 en la revista especializada JAMA Facial Plastic Surgery. En 2021, tras los efectos causados por la pandemia, el distanciamiento social y el auge de las telecomunicaciones, se ha incrementado sobremanera la cantidad de personas que quieren parecerse a esas versiones fantasiosas de sí mismos que arrojan los selfies retocados.
Se incrementa el número de hombres que se realizan una operación estética en España-
En los últimos años se viene produciendo un aumento, tanto en hombres como mujeres, de la demanda de operaciones estéticas. Desde 2016, según los datos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica y Estética, España es el cuarto país de Europa en número total de intervenciones de este tipo. En términos relativos, la demanda que más ha crecido es la masculina: tal y como recoge el estudio ‘Impacto Social y Penetración de la Medicina Estética’, elaborado por la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), dos de cada 10 hombres son ya consumidores de tratamientos de este tipo (un 20% respecto a un 50% de las mujeres).
Este crecimiento en el consumo de intervenciones estéticas, especialmente en el caso de los hombres, que hasta hace no tanto se mostraban más reacios, responde a varias causas y factores. Entre ellos, se cuenta la mayor atención y cuidado a la imagen personal y a la salud. Dos elementos que podemos definir como esencialmente positivos. Ahora bien, retomando la cuestión de la ‘dismorfia Snapchat’, hay que tener cuidado, pues algunos de casos pueden esconder detrás una visión negativa y deformada de la identidad propia.
Los selfis con filtros cambian las preferencias en cirugía estética y plástica: ahora queremos una piel más reluciente y mejorar nuestros rostro
Además del aumento en la demanda de tratamientos estéticos, también se viene observando un cambio en las preferencias. Cada vez, las personas que acuden a los centros estéticos buscan mejorar el aspecto y brillo de su piel, así como suavizar y moldear sus rasgos para asemejarse a esos “filtros belleza”.
Los cánones estéticos son mutables y han ido evolucionando y cambiando a lo largo de los siglos y las épocas. Es un proceso consustancial al desarrollo cultural y social que alberga sus luces y sombras. Si bien las transformaciones en la idea o percepción de “lo estético” no son un problema en sí mismas, en ocasiones han dado pie a comportamientos o planteamientos perjudiciales para la salud física y mental. Podemos poner como ejemplos la moda de los corsés o de los prototipos de belleza irreales representado por los y las supermodelos. El caso de la obsesión por la imagen de los selfies retocados supone un riesgo parecido: querer retocar nuestros rostros para mejorar y potenciar su atractivo no es un problema, pero obsesionarse con la visión idealizada e irreal que reflejan los selfis y los filtros sí resulta contraproducente para nuestra salud y nuestra autoestima.
Ten unas expectativas realistas de ti mismo
En base a todo lo anterior, queremos subrayar que hay que tener cuidado con la obsesión por la apariencia física. Un retoque estético puede ser sano para mejorar nuestra autoestima, pero hay que saber identificar dónde está el límite entre potenciar positivamente nuestro aspecto y alterar de forma irreal nuestra imagen. La clave reside en desarrollar un concepto y unas expectativas realistas sobre quiénes y cómo somos, y quiénes y cómo queremos ser, sin sucumbir a visiones fantasiosas y erróneas de nosotros ni de los demás.