Depresión, estrés o síndrome postvacacional… Independientemente del nombre que le pongamos, la realidad a la que hace referencia es la misma: la dificultad de adaptación a la vuelta a la rutina tras las vacaciones. Se trata de un trastorno muy frecuente que puede manifestarse de distintas formas y alargarse más o menos en función de las circunstancias de cada uno. Es una fase normal que casi todos pasamos y que, por lo general, no debe suponer motivo de alarma. No obstante, sí hay que tener cuidado con que el síndrome postvacacional no acabe derivando en la adopción de hábitos no saludables que supongan un problema mayor a largo plazo.
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Los buenos hábitos son también salud mental
Durante estos últimos días hemos ido publicando posts sobre cómo volver a poner a punto determinadas cuestiones tras las vacaciones, ya sea el estado de forma, el pelo o la piel. Hoy es el turno de hablar de la salud mental y emocional, un aspecto determinante que condiciona a todos los demás.
Los seres humanos dependemos en gran medida de nuestros hábitos. Las rutinas nos son necesarias pues nos permiten funcionar en las tareas y necesidades del día a día. El síndrome postvacacional, que ahora desarrollaremos más extensamente, es en esencia la transición de un tipo de rutina (la vacacional) a otra (la habitual). Pero también puede suponer el desarrollo de hábitos poco saludables que, de mantenerse a lo largo del resto del año, se convierten en un problema más preocupante.
¿En qué consiste la depresión o síndrome postvacacional?
Antes de nada, aunque se suele llamar ‘depresión postvacacional’, los expertos señalan que no es el término correcto. Y es que no se trata de una depresión en el sentido clínico, sino de un tipo de trastorno adaptativo que sufrimos al reincorporarnos de las vacaciones y que provoca una sensación general de malestar. Los síntomas, aunque pueden ser muy variados, suelen ser los siguientes:
- Alteración del sueño
- Falta de apetito
- Dolores y tensión muscular
- Cansancio generalizado
Por lo general, estos síntomas duran entre unos pocos días y una semana, aunque pueden llegar a prolongarse hasta varias semanas. Si el trastorno se mantiene durante más tiempo, podría ser indicativo de problemas de salud mental más graves y, en consecuencia, se debería buscar la ayuda de un profesional.
¿Qué podemos hacer para suavizar el estrés postvacacional?
La mejor forma de suavizar el impacto del síndrome postvacacional es realizar la vuelta a la rutina habitual de forma paulatina. Si apuramos hasta el último momento y solapamos el regreso a casa, al trabajo y al resto de obligaciones, lo más probable es que la transición se nos haga más cuesta arriba. En cambio, si nos organizamos para ir reincorporando poco a poco los hábitos rutinarios durante los días previos, el retorno al trabajo será mucho más llevadero.
La manera más sencilla de llevar a cabo esta transición es empezar por adecuar los horarios de sueño y la alimentación. El siguiente paso puede ser retomar el ejercicio de forma moderada, ponerse un poco al día con los estudios o la agenda de trabajo, etc. La idea es evitar pasar directamente de la hamaca de la playa a la silla de la oficina de un día para otro.
Aún siguiendo esta estrategia, el síndrome postvacacional puede hacer acto de presencia: ¿cómo lo combatimos?
Hemos intentado llevar a cabo una transición progresiva entre las vacaciones y la vuelta a la rutina, pero igualmente han aparecido los síntomas del estrés postvacacional. En ese caso, lo primero y más importante es focalizarse en afrontar el proceso con paciencia, teniendo claro que se trata de un malestar temporal y perfectamente entendible que no debe agobiarnos ni hacernos sentir peor.
Armándonos de paciencia, deberemos huir de la sobreexigencia, así como del exceso de relajación, concediéndonos unos días de margen para retomar todas las actividades normales. Sin prisa pero sin pausa. Y es que evitar o postergar indefinidamente las tareas que más malestar nos producen puede acabar derivando en la aparición de ansiedad o depresión.
¿Qué malos hábitos debemos evitar a toda costa?
Al hilo de lo expuesto en el último párrafo, uno de los riesgos potencialmente graves del síndrome postvacacional es que se convierta en una ‘excusa’ para adoptar malos hábitos. Costumbres negativas como la de aplazar las tareas que nos disgustan, mantener una mala higiene del sueño, abandonar la práctica de ejercicio por pereza o cansancio fruto del mal descanso. Lo mismo puede suceder con los hábitos alimentarios o con la organización del tiempo. Aunque nos lo tomemos con calma, debemos esforzarnos activamente en recuperar las tareas cotidianas, incluyendo aquellas que menos agradables nos resultan, para que se establezcan como rutinas positivas y no sean sustituidas por otras menos saludables.